Cada tarde sobre las cuatro
un trueno anuncia, como
campanas de una iglesia
que llamaran a oración,
el diluvio tropical sobre
la ciudad vieja de Cartagena.
La húmeda y cálida atmósfera
se satura, empañando del
líquido transparente las coloridas
casas, encharcando las calles
empedradas como si el Caribe
volviera a reclamarlas.
Todos acuden a refugiarse
en los portales como si los
paraguas no existieran, las
plazas permanecen desiertas,
y frente a un café humeante,
durante veinte minutos