de los árboles desalojan
nuevamente sin alarmarse,
las altas copas
en las que hallaron
asiento donde cobijarse,
embrujadas por el baile,
por la gravedad cayendo
hacia el sucio pavimento.
¿Quién os forzó a negar
vuestro tronco hecho cimiento?
¿Quién las condenó a oxidar
sus pieles en el cemento?
Tal vez sea esta impía realidad
en la que solo mediante el sueño
decido, y siento estar despierto.
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