Bajo el sol del estío
que agriete los campos,
y reseque mi piel
ya de por sí marchita,
regresaré con paso
cansado a esta tierra
de la que ahora marcho,
envuelto en el viento atlántico,
inmerso en el aroma
que me traiga de nuevo
a las tardes de verano,
a la sal, a las algas
secas,
al continente del maternal
abrazo.
Regresaré aquí, donde
mi vida encontró su
sustrato,
para claudicar ante el
hormigueo
perentorio de la carne,
para desertar órgano a
órgano,
para ceder al cese
del torrente sanguíneo
que evidencie el triunfo
sobre el cuerpo del
pasado.
Será de noche,
y la penumbra de los
ausentes
me alcanzará, me sumirá
en el silencio sin saber,
si todos callan
-tal vez ambas-
o soy yo el que ya
no emitirá palabra.
¿Hallaré entonces
-quién lo sabe-
la perseguida certeza
que justifique mi
existencia?
Espero volver.
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